Época: Hispania Bajo Imperio
Inicio: Año 248
Fin: Año 476

Antecedente:
Economía y sociedad



Comentario

Las monedas de bronce o folles siguieron circulando. El denarius argenteus de Diocleciano, moneda de plata pura, equivalía a 1/96 de libra y pesaba 3,27 gramos. Era de la misma pureza y peso que el denario de la época de Nerón. Paralelamente, lanzó la emisión del aureus, de 1/60 de libra, de oro. Pero la emisión de buenas monedas de plata y oro propició que la moneda fraccionaria, el follis de bronce, fuera depreciado y muchos comerciantes se negaran a aceptarla como pago. La reacción fue un encarecimiento de los productos y un deterioro de las condiciones de vida de las clases inferiores puesto que, lógicamente, el follis de bronce era la moneda más accesible para los pobres. Fue esta situación la que llevó a Diocleciano en el año 301 a publicar un Edicto de precios máximos con el fin de defender el curso de la moneda fraccionaria. Este decreto establecía el precio máximo que debía pagarse por cada producto agrícola o manufacturado e incluso por la mano de obra de un trabajador y amenazaba con la pena de muerte a los compradores y vendedores que la contravinieran. Los resultados del Edicto fueron mediocres mientras estuvo en vigor, pero la reforma monetaria emprendida años después por Constantino volvió a plantear un problema similar. El solidus áureo creado por Constantino en el año 310 pesaba 4,55 gramos. Inicialmente se impuso en las Galias, Hispania y Britania. A partir de la derrota de Majencio, se extendió por todo el Imperio Occidental y, posteriormente, por todo el Imperio romano. A partir del año 320 creó dos monedas de plata: la miliarensis, de mayor peso (1/60 parte de libra) y otra más ligera (1/72 de libra) que equivalía a la cuarta parte del solidus. Continuó además en curso el argenteus de Diocleciano. La abundancia de solidi áureos redujo rápidamente el valor de las monedas de bronce. De aquí resultó una gran inestabilidad de los precios y la ruina de los humiliores, cuyos salarios e ingresos se pagaban con esta moneda inflacionada; mientras que la moneda de oro salió pronto de este circuito comercial para utilizarse sólo en las transacciones entre los potentiores o tesaurizarse. En este comportamiento monetario ha visto Mazzarino una de las causas de la decadencia del Imperio: "La revolución constantiniana del sistema monetario permite el nuevo orden jerárquico de la sociedad... los posesores de oro se han convertido en dueños de esa sociedad y los posesores de la moneda de vellón han sido arruinados". Piganiol constata el hecho de que las compras de seda, perfumes y demás productos de lujo que se exportaban desde Oriente y Extremo Oriente eran pagados en oro. También a los germanos reclutados como soldados se les pagaba en oro e incluso cuando se compraba la paz, el precio se fijaba en oro. Esta hemorragia, sin compensaciones monetarias, ha sido también invocada por el gran historiador como una de las causas de la crisis del Imperio.
Cierto que las reservas de oro imperiales debían ser cuantiosas tras tantos siglos de confiscaciones, Además, el Estado percibía en oro y, a veces plata, un buen número de tasas: la chrysargira o impuesto de los mercaderes, la gleba de los senadores, el canon de las vastísimas tierras imperiales cedidas mediante arriendos enfitéuticos o perpetuos, los donativos con ocasión de los aniversarios de los emperadores que se exigían a los senadores (oro oblaticio) y a los decuriones (oro coronario), además del oro extraído en las minas -no las hispanas del noroeste, que en esta época ya no eran explotadas-. El autor anónimo de un texto del siglo IV, el De rebus bellicis, dice que sólo la confiscación del oro y plata a los templos paganos permitió a Constantino todas sus prodigalidades.

Hasta el año 318 se siguió utilizando el follis diocleciáneo como moneda de vellón. A partir de ese año fue sustituido por otra moneda revalorizada llamada nummus que inicialmente equivalía a 25 denarios y que fue devaluándose progresivamente. Así, tres años después equivalía a sólo 12,5 denarios, lo que da idea del ritmo de inflación. En el 337 se disminuyó el peso del nummus de 2,6 a 2 gramos. La estabilidad constante del solidus se opone sistemáticamente a la creciente depreciación de la moneda de vellón. El De rebus bellicis hace un análisis de la reforma monetaria de Constantino en estos términos: "Fue en época de Constantino cuando una excesiva prodigalidad asignó el oro, en lugar del bronce -hasta entonces muy apreciado- a los comercios viles, pero el origen de tal avidez es, según se cree, el siguiente: cuando el oro, la plata y gran cantidad de piedras preciosas depositadas en los templos fueron confiscadas por el Estado, aumentó el deseo que todos tenían de poseer y regalar. A consecuencia de esta abundancia de oro, las casas de los poderosos se enriquecieron y aumentaron su nobleza en detrimento de los pobres, que se encontraban oprimidos por esta violencia. En su aflicción los pobres se veían empujados a diversas tentativas criminales y no mostrando ningún respeto hacia el derecho, confiaban su venganza al mal. Frecuentemente ocasionaron al Imperio grandes daños, despoblando las campiñas, perturbando el orden con sus saqueos, suscitando el odio y, de una iniquidad a otra, favorecieron a los tiranos, que son mucho menos producto de la audacia que de los tizones encendidos para hacer valer la gloria de sus méritos". La referencia alude, sin duda, a los bagaudas, los humiliores empobrecidos que durante el Bajo Imperio sembraron el pánico actuando como bandas armadas y saqueando las grandes propiedades de los poderosos.

Los sucesores de Constantino intentaron remediar los inconvenientes del sistema constantiniano procurando revalorizar la moneda de vellón. En el año 348 Constante y Constancio II acuñan nuevas monedas que pasan a sustituir al devaluado nummus de Constantino. La mayor, de plata y cobre, pesaba 5,20 gramos y se llamó la maiorina o maior pecunia. La segunda, de cobre, pesaba 2,60 gramos y se llamó nummus centenionallis. No obstante y en contra de sus previsiones, los precios no bajaron y la maiorina tendió a desaparecer de la circulación. Constancio lI creó posteriormente una nueva moneda de plata, el silicum, con un peso de 2,27 gramos y que valía en torno a 1/24 parte de solidus.

Durante el breve reinado de Juliano pareció superarse esta polarización entre los poseedores de oro y los poseedores del vellón. Juliano siguió acuñando la maiorina y el centenionallis. Para aumentar su valor reajustó la política de precios y de impuestos. Por Amiano Marcelino sabemos que disminuyó el impuesto canónico obligatorio en las Galias -posiblemente también en Hispania- de 25 solidi por unidad imponible a 7. Pero esta medida tenía además la finalidad de evitar los abusos cometidos por los funcionarios o curiales perceptores del impuesto de la aderatio. La práctica fue instituida en época de Constantino, en el año 324, y consistía en que los contribuyentes, que tradicionalmente pagaban sus impuestos en especie, pudieran pagarlos en dinero si querían. Pero los funcionarios traducían a dinero la contribución valorada en especie fijando para éstas un precio más alto que el del mercado. Cuando estos mismos burócratas tenían que pagar a los soldados su sueldo en especie, las adquirían en el mercado a un precio inferior. Así la diferencia de precio entre estas dos operaciones suponía un beneficio para el intermediario. Contra esta forma de robo actuó Juliano bajando el impuesto percibido por unidad fiscal, reajustando los precios oficiales con los del mercado e intentando que éstos bajaran. Para que los fraudes no se hicieran en el peso de los productos hizo distribuir pesos marcados con el sello estatal, de los que debían dejar constancia. Además comenzó a pagar al ejército en metálico, práctica que continuó durante todo el siglo IV y que, en el caso de Hispania, se aduce como una de las razones por las que esta diócesis careció de ceca a lo largo de este siglo al no disponer de un gran contingente de tropas. La moneda que con más frecuencia se encuentra en Hispania es la de bronce, sin duda en relación con los intercambios comerciales. Escasas piezas de oro se han hallado en los tesorillos de la diócesis y, menos aún, de plata. Esto no quiere decir que no la hubiera, pues existía incluso en grandes cantidades, pues como hemos visto era exigida para el pago de determinados impuestos.

Las cecas de las que se nutría el numerario hispano eran principalmente las de Arlés y las de Roma, aunque también hay mucha moneda procedente de cecas orientales. El mayor número de monedas halladas corresponde a la época de la dinastía constantiniana, un 63,9% del total de monedas del siglo IV y un 45% del total general del Bajo Imperio. También hay gran cantidad de monedas pertenecientes a la época de Teodosio, que se han encontrado en varios tesorillos como los de Cástulo, Tarragona, Tarifa, Monte do Castro o Caldas de Monchique, entre otros. En esta época de finales del siglo IV, la producción monetaria de los talleres occidentales parece haber disminuido sensiblemente o, al menos, así lo demuestran los hallazgos numismáticos en Hispania que proceden casi por completo de talleres orientales. Es significativo que en la época de Honorio hubiera un aumento de la circulación monetaria en Hispania, incluso bastante moneda de oro y plata y que, tras la entrada de los bárbaros, se observe la casi total ausencia de monedas en Hispania.

Cabe suponer que los hallazgos numismáticos aún pueden modificar este panorama que hace pensar en una relativamente escasa circulación monetaria en Hispania. En este sentido se puede aducir como prototipo el caso de Conimbriga (Coimbra) de lo que más o menos sucedería en el resto de la Península. En Coimbra se han hallado más de 5.000 monedas del siglo IV que representan el 70 del total de las halladas en la diócesis. El valor de la moneda sigue vigente durante todo el Bajo Imperio en Hispania. Prueba de ello son los tesorillos o, en otros términos, la ocultación de moneda aunque en ocasiones se trate de cantidades modestas. Las razones de este ocultamiento a veces parecen justificadas por la inestabilidad política, peligro exterior o de tipo local desconocidos para nosotros, o invasiones aunque esta práctica habitual de tesaurizar la moneda pudo obedecer también a cuestiones de índole personal difíciles de entender desde nuestra óptica.